Tengo vivo un recuerdo de hace muchos años: El apartamento de mis abuelos tenía un gran balcón que daba a una concurrida calle. Teníamos la costumbre de botar desde ahí, dulces y regalos a los niños que pasaban disfrazados y que nos cantaban a pleno grito Triqui Triqui Halloween, quiero dulces para mí y si no me dan se les crece la nariz!. Mi abuelo nos compraba muchas bolsas de dulces que en muy poco tiempo, regalábamos a los miles de niños que pasaban disfrazados. Luego de que se nos acababan todos los dulces por regalar, salíamos con toda mi familia a pedir dulces en centros comerciales y en los barrios y conjuntos residenciales de los demás familiares y amigos.
Un poco más grande y sin perder la costumbre, recuerdo haber montado una casa embrujada en el apartamento de un amigo del colegio. Él vivía en un conjunto cerrado muy grande y muchísimos niños pedían dulces por todos los apartamentos. Mis amigos y yo nos disfrazamos, y con elementos algo artesanales, montamos toda una casa del misterio en la sala de su apartamento. Los niños entraban y después del consabido susto, les regalábamos dulces. Aún no comprendo cuál era el motivo de mi alegría al estar disfrazado, asustar, jugar, pedir dulces y ver gente disfrazada, pero lo disfruté cuando niño y lo sigo haciendo ahora, con unos cuantos años encima.
También recuerdo el espectáculo pirotécnico que hacían todos los años en Unicentro con la quema de la bruja. Mi papá siempre me llevaba a pesar de todo el trancón y la chichonera de gente. Era para mí algo grandioso ver cómo se quemaba la bruja y después, toda la pólvora que iluminaba y llenaba de ese humo de olor delicioso, el cielo de Bogotá en Halloween.
Ahora, sin perder la tradición, con mis amigas del alma, siempre nos disfrazamos. Buscamos tema, hacemos nuestros disfraces, intentamos ser muy creativos y originales, mentimos y creamos falsas expectativas, para que en el momento de encontrarnos disfrazados, todo sea divertido. Aunque hayamos cambiado los dulces por tragos, la pedida de dulces por rumbas bailables, el dolor de estómago azucarado por un guayabo doloroso, se mantiene la tradición de dejarnos ver con otras caras, con otras pintas, con otros colores, que aunque nos cubran, no dejan de ocultar lo alegres y auténticos que somos y que son solo excusas para seguir armando con la vida todo un carnaval de felicidad!
A propósito, quería dejarlos con las fotos de algunas máscaras que me encontré en mi último viaje por Bolivia. Es curioso su origen; la mayoría vienen desde la época de la colonia y las utilizaban los misioneros católicos para sembrar el miedo en los indígenas. Representaban y personificaban al diablo posiblemente para sembrar el terror de una religión impositiva basada en el temor a Dios. Y es más curioso aún, cómo las culturas asumieron la simbología y la adaptaron a sus costumbres. No dudo que también sean representaciones mitológicas de culturas ancestrales pero que se metamorfosearon con elementos coloniales y ahora son todo un legado cultural.


