viernes, febrero 26, 2010

Me encanta

Me encanta cuando mi tía Cecilia llega de Cali y todo el mundo corre para arreglar el hotel, el restaurante, el almacén y hasta la casa. No entiendo realmente por qué, pero me encanta. Me encanta también ver a mi abuelo, gritando a diestra y siniestra, corriendo, hurgando para que todo esté perfecto para cuando ella llegue.

Me encanta cuando oigo gritos de noche; algunas veces vienen del hotel, otras del monte. Pienso por qué gritarán, por qué se quejarán… Yo grito cuando mi hermano me corretea, cuando me lleva en su carretilla por el camino empedrado esquivando a la gente blanca (que quién sabe de dónde vendrán y a qué), cuando estoy muy feliz... Quién sabrá por qué ellos gritarán...

Me encanta ver cuando la gente blanca llega casi colorada de estar todo el día en el río. Por la noche, cuando están comiendo en el restaurante, me rio despacito cuando se rascan y se tocan sus espaldas completamente coloradas. Creo que les duele, pero me da risa porque a mi si no me pasa.

Me encanta cuando alguien muere en el caserío porque todos se reúnen, no pelean, no gritan… Solo entre dientes dicen cosas que creo que ni entienden, y que repiten y repiten y repiten intentando que el muertito también llegue a repetirlas.

Me encanta cuando veo en la televisión gente bailar porque me acuerdo cuando mi tía me llevó el año pasado a la feria, disque que para que conociera a mi mamá que ahora se dedicaba al baile. Yo la ví desde lejos y recuerdo que mi tía me agarraba duro de la mano diciéndome pasitico A ti si no te va a gustar eso de bailar frente a toda esta gente. Yo la miraba y veía sus ojos como llorosos, pero no le decía nada porque me encantó ver cómo brillaban todos los trajes de los bailarines, cómo movían los pies tan rápido, cómo algunos de ellos hasta volaban por los aires.

Me encanta cuando me toman fotos la gente blanca porque luego les pido que me dejen ver en ese cuadrito chiquitico. Me encanta saber que me llevan ahí guardada en sus cámaras.

Me encanta encontrar piedritas rojas en el río porque me acuerdo cuando ese señor de piel blanca me contó que eran libélulas de esas azules que por haber tenido tantos hijos se convertían en piedras para poder descansar. Yo guardo las piedritas en una caja cuadrada que una vez un niño de pelo mono dejó caer por el camino, para que las libélulas estén más tranquilas y secas. Yo no voy a tener tantos hijos porque no quiero estar en el río siempre empapada.

Me encanta ser la primera de todos los niños en ir a limpiar las habitaciones cuando la gente blanca se va, porque encuentro cosas tan raras pero a veces tan bonitas que me hacen pensar que la gente que viene no vive cerca al río, no come pescado y no encuentra frutas tan ricas en la selva.